CRISTO DEL RAYO

(…) en dicha villa (Moratalla) se venera con exaltación la Imagen del Santísimo Cristo del Rayo, y es costumbre inveterada que, en el momento que algunos nubarrones anuncian la proximidad de la tormenta y que la campana da la voz de alarma, con su conocido lenguaje, varios mozos del pueblo, en unión del sacerdote nombrado al efecto, llevan la Imagen del Cristo a hombro y, poniéndola frente al sitio por donde aparece la nube, el sacerdote la conjura por medio de rezos y latines. Y sucede que unas veces vence el Cristo y la nube huye o se disipa, y otras tienen que volver deprisa a la Iglesia, pues les apedrea de lo firme. Mas siempre hay disculpa para aquellas buenas gentes: si la tormenta arrecia, lo achacan de ordinario a la falta de carácter y entereza del cura para imponerse a la nube y hacerla retroceder. Y recuerdo en este momento y lo cito como modelo de sacerdotes enérgicos para conjurar las nubes, al Padre Ludeña, el cual fue muchos años el encargado de dichos conjuros, y era digno de verse el brío y valentía con que desempeñaba su misión; el Padre Ludeña se encaraba con la nube, entablando con ella un verdadero pugilato y, después de agotar cuantos latines y rezos podían emplearse para contrarrestar y vencer su terrible empuje, si la nube seguía avanzando hacia la huerta, haciendo caso omiso de sus enérgicas exhortaciones y protestas, aquel hombre, poseído de una agitación y vehemencia inconcebibles, echando por su boca cuantos dicterios e interjecciones se pueden imaginar contra la nube, la increpaba airadamente, y había que verle si la tormenta en sus evoluciones, cambiando de rumbo y sin hacer daño, desaparecía por el horizonte… Entonces el buen Padre, que jamas abandonaba su puesto, viéndola alejarse la apostrofaba a gritos para que acelerara, si posible fuera, su vertiginosa carrera, y, cuando el arco iris, símbolo de paz y bienandanza, lucía sus hermosos y brillantes colores, el Padre Ludeña, arrogante y magnífico, con la satisfacción de la victoria, volvía al pueblo con el bonete echado hacia atrás, completamente dichoso por haber vencido una vez más a la tormenta, en unión al Santísimo Cristo del Rayo.
Muchas anécdotas podríamos referir, insistiendo sobre el mismo tema; pero nos separaríamos de nuestro objeto, que es la narración de este verídico suceso del año 1621.

Amaneció el martes 15 de Junio de 1621, tan despejado y limpio como los anteriores. En la Iglesia del pueblo se continuaban lentamente las obras de la nueva Parroquia, que habían dado principio en el año 1561, y para ello se había derribado parte de la antigua; como todavía se puede apreciar.
Desde tiempo inmemorial, exista en la antigua Iglesia la Imagen de Cristo Crucificado, y se hallaba colocada en la coronación del altar mayor, que en aquella época era el que en la actualidad ocupa dicha Imagen, frente al de San Pedro, por donde entonces tenía su puerta de entrada la Iglesia; todo lo cual fue transformándose a medida que avanzaron las obras hasta quedar en la disposición en que hoy existe.
Eran las tres de la tarde y las campanas daban el último toque, haciendo el llamamiento a los fieles, para las prácticas de la octava que se estaban celebrando; cuando comenzaron a sonar nuevamente, con gran alarma, anunciando la proximidad de una tormenta colosal.
La campana sonaba sin cesar; todos los ánimos esperaban suspensos el resultado de aquel inmenso peligro que les amenazaba; tenían confianza en su Santísimo Cristo, pero todavía ningún milagro les había hecho comprender hasta que punto velaba por su pueblo creyente aquella Imagen a la que con tanto entusiasmo adoraban.
Todas las calles afluían llenas de gentes que, con lamentos de desesperación y torpe paso, luchando con un mar de agua y piedra, con relámpagos y truenos, presurosos acudían a la Iglesia, donde se veneraba el Cristo, a pedirle de hinojos amparo y protección; ya no cabían de pie los fieles y sin cesar entraban; pues el mismo miedo y el sobresalto les hacían estrechar más y más las distancias.
La Imagen aparecía magnifica en lo alto de la coronación del altar mayor, extendiendo sus brazos sagrados, como queriendo significar que a todos amparaba por igual.
En medio del templo, blandiendo como la espada del Angel exterminador, se agitaba con su ligereza proverbial un rayo que a todos amenazaba aniquilar; parecía sujeto por una fuerza invisible que no le dejaba traspasar el límite que se le había fijado y, rugiendo como un espíritu maligno, hacían contorsiones sobrenaturales… Breves instantes duró aquella escena aterradora; todos creían llegado su último momento, cuando, veloz, recorriendo el espacio que les separaba, cae cubriendo la Imagen del Redentor, que desapareció en medio de aquella encendida hoguera, convertida enseguida en humo denso…
¡Con qué palabras se podría hacer comprender lo que pasó en aquel momento sublime, en que, despejada la densa niebla, apareció la imagen del Cristo, negra y candente; pero más hermosa que nunca!…
Había perdido por completo su color para no recobrarlo más. El pueblo, humillado, entonaba un himno de adoración y de gloria, ¡el himno que se entona cuando habla el corazón agradecido!…
Aquella potente voz humana, formada por la unión de tantas ansias, debió de llegar al cielo, ya que hizo enmudecer hasta el rugido de la tempestad!…


Relato Del libro “Cosas de Moratalla“, extraído, según una nota del autor,
de unas notas escritas por el moratallero D. Emiliano Martínez Guillén)

En la Iglesia de la Asunción se puede contemplar una talla en madera del Cristo del Rayo.
El día del Cristo del Rayo se celebra el 15 de junio, pero los festejos en su honor llamados popularmente como Fiestas de la Vaca, se celebran del 11 al 17 de julio.